UNA JUSTIFICACIÓN PARA ESTE BLOG

Hacer entender, de manera universal, el por qué Cantabria fué parte y esencia fundamental del nacimiento de una nación, es posible que sea muy complicado. Y además, que la historia "abra sus carnes " para recuperar lo que los siglos perdieron, es casi como que imposible.
El sueño en el que los pueblos descansan de su pasado, solo puede ser despertado, si las voces que lo empujan gritan con tanto clamor y con tanta pasión razonada, que haga olvidar el sopor de la injusticia, y el estado de aletargamiento al que ha estado sometido durante tantos años de historia equivocada.
Sería importante preguntarse el por qué actualmente se sostiene un "mito" como parte fundamental de la historia de España y en cambio, no se actualiza una realidad, que está avalada por todas las fuentes, como la historia más válida jamás escrita sobre el origen de un reino.
Creo que este país necesita completarse y es por ello que me gustaría ayudar a recuperar el eslabón perdido de una cadena que... lleva siglos perdido en las profundidades de la necedad.

"Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte..."
MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO






Gracias a todos los que os interese el tema

sábado, 16 de junio de 2018

Amaya, una capital en la nada

Ruben Díaz Caviedes nos deleita con este texto fruto de una jornada por las antiguas tierras del extinto ducado de Cantabria.
"Ciento ochenta grados de cielo azul, ciento ochenta de tierra parda. Y ya está, no hay nada más. Solo la geometría elemental del mundo, trigo y el zumbar de las chicharras. Aparte de eso, absolutamente nada. Hay sitios donde la nada es una ausencia de todo lo demás, pero aquí                                presenta propiedades atmosféricas. 
Es densa y saturada. No es la que resulta de que no haya cosas, sino la que anega torrencialmente los lugares después de que las haya. La región misma carece de nombre y de fronteras precisas, una cualidad de lo que no existe en la que aventaja incluso a los desiertos más acreditados. Estamos en el norte de Palencia, el noroeste de Burgos y el sur de Cantabria, cerca de donde lindan las comarcas de Campoo, los Páramos y la Montaña palentina. Y sus confines son ausencias: si no hay relieve, no hay gente y no hay ruido, es que estás en este país. Es un lecho de mar sin mar, llanuras sin novedad hasta donde alcanza la mirada. Puede que estemos en algún sitio, pero este sitio no es ningún lugar.
Algo enmienda la nada, sin embargo. Es una montaña. Un macizo, en realidad. Y es inmenso.
El mundo se acabó muchas veces a los pies de esta montaña. César Augusto dirigió personalmente las legiones de Roma contra este castro, el gran bastión de las tribus cántabras, que tras su conquista recibió el nombre de Amaia Patricia. Fue en esta ciudad ubi Leovigildus rex Cantabros afficit, donde el rey Leovigildo castigó a los cántabros. Fue esta ciudad la que cayó dos veces ante el envite del general bereber Táriq ibn Ziyad, y la que arrastró en su caída al ducado de Cantabria, del que era capital. Fue de Amaya de donde huyó el dux don Pedro para refugiarse en los Picos de Europa, donde su linaje y el de don Pelayo engendraron a los primeros reyes de Asturias. Estamos frente a la misma ciudad que arrasó Hisham II, califa cordobés de madre vascona, con las huestes que mandaba su valido, aquel terrible moro Almanzor. La misma que murió de olvido después, empezado el segundo milenio, cuando el mundo emigró al sur y la ciudad quedó a merced del vacío castellano, de propiedades corrosivas. Un castillo sobrevivió en lo alto, pero los siglos acabaron también por barrerlo. De Amaya queda el viento, el silencio y la palabra. Y nada más.
Subimos a lo alto por la trinchera de una muralla, apenas la única cicatriz reconocible que dejaron en esta mole milenios de ocupación humana. Amaya no es Numancia, ni Recópolis, ni Segóbriga. No cuenta con caminitos para turistas, con los precintos delicados que despliegan los arqueólogos ni ninguno de los otros honores fúnebres con los que se honra a las ciudades muertas. Acaso un par de cartelitos prohibiendo obviedades y un vigilante ermitaño, su único morador, que intercepta al visitante al llegar arriba, donde la trinchera desemboca en la meseta central de la peña. Hace preguntas de esfinge —de dónde eres y tu edad, «para las estadísticas»— y procede con indicaciones incomprensibles, todas encaminadas a que disfrutemos de un buen paseo. El olvido se ensaña tanto con Amaya que la mayoría de sus visitantes no acuden convocados por su gloria, sino por sus vistas. Son senderistas. La ruta más popular, explica el guarda, consiste en subir hasta este mismo punto, bordear la montaña en redondo y bajar. Son tres horas andando.
Para los demás, lo primero es asomarse al borde y contemplar ejércitos imaginarios marchando hacia aquí por la llanura, porque para eso se viene a Amaya. Para admirar desde arriba la verticalidad de su perímetro de acantilados, más feroz que la mejor muralla, y todo lo que hace de Amaya una fortaleza natural perfecta. Como su meseta central, una segunda altura que se alza sobre la primera, también parapetada en acantilados. O el manantial que mana en lo alto, hoy domesticado en un bebedero para el ganado. Fuesen lobos u hombres, los horrores de la era antigua habitaban la llanura o venían por ella, invariablemente desde el sur. Amaya era la atalaya perfecta, con dos líneas de defensa sucesivas, una fuente de agua y una cumbre solo accesible a las nubes, que le rascan la panza. Cuesta imaginar que este jardín amurallado sea el resultado de fuerzas tectónicas y no un regalo de los dioses primigenios a algún pueblo elegido.
La cumbre de Peña Amaya es el Castillo, un macizo de piedra empotrado en la segunda altura como un asteroide inmenso.
Los precipicios dan un respiro a su vera y permiten el acceso plegándose en una ladera escarpada, corregida por los moradores de Amaya con una muralla de la que aún quedan restos razonablemente sólidos. Subimos guardando el resuello hasta arriba, antiguamente una ciudadela y hoy solo la cumbre de un accidente geográfico. Estamos a mil trescientos metros de altura y la perspectiva, como suele, invita a la lectura cierta de las cosas. A nuestros pies la gran meseta de Amaya, donde los restos de piedras esparcidos en el acceso al castro adquieren vagas formas geométricas y sugieren, ahora sí, que allí hubo edificaciones con viviendas y calles. También se ven los restos de algunas catas arqueológicas, recuadros de tierra pulcramente arrancados del suelo. Debajo de esta meseta, aún en las faldas de la peña, un pueblecito castellano y triste, de poco más de cuarenta habitantes. Se llama Amaya, como la antigua ciudad de la que es custodio. Conserva su nombre arcano entre las localidades de la zona, todas Valdealgo y Villaalgo rematados con el nombre de un río, normalmente «de Pisuerga». Nadie sabe qué significa exactamente «Amaya», aunque «ama» suena a madre en casi todas las lenguas que ha inventado el hombre. Hay quien dice que es euskera.
Llegamos contrariados por la desmemoria a la que vive sometida Amaya pero nos marchamos aliviados, porque el olvido es un conservante. Si aquí se practicase algún tipo de nacionalismo potente Amaya sería su Disneylandia, pero no es el caso. Esto es Castilla y León, dos antiguos reinos a cuya gloria Amaya no contribuye demasiado. Y por su nombre es cántabra, la gran ciudad de la antigüedad cántabra, pero no está en Cantabria. También el trazo administrativo de las modernas fronteras autonómicas ha dejado Amaya en tierra de nadie, y así es como nos la encontramos. Extrañamente virgen pese a ser la ciudad menos virgen del mundo. Más que del pasado, Amaya imparte una lección sobre la posteridad, pues estamos en su posteridad y su posteridad es esto: silencio, roca pelada y ovejas en el mismo suelo sobre el que nacieron y murieron generaciones, desde las edades remotas que denominamos con el nombre de los metales hasta hace unos cuantos siglos. Un postapocalipsis más triste y cruel que el que imaginan las peores fantasías de ciencia ficción, que son las únicas verdaderas.
Bajamos. Mientras lo hacemos, el cielo rompe el conjuro de vacío y nada que se cierne sobre Castilla y revienta, como cada noche, en millones de estrellitas. Tarde o temprano, el suelo que usted pisa será igual que este mismo suelo, un reino de viento y rumiantes sin otro techo que las nubes. Es el destino que espera a todas las ciudades de la Tierra y Amaya no hecho más que adelantarse. Quizá también se adelante cuando llegue una nueva edad en la que el terror habite las llanuras, y quizá vuelva a protegernos cuando perdamos nuestro estatus en la jerarquía trófica o vivamos a merced, otra vez, de hombres crueles al galope por lo que milenios antes se llamó Castilla. Si piensa que no ocurrirá, quizá está demasiado seguro de lo que piensa. Pero no se preocupe, que Amaya es sólida. Y no se va a ninguna parte, porque ahí es precisamente donde reina. En un lugar que dejó de serlo para convertirse en ningún lugar."
Y muchas gracias a Rubén, por permitirme su publicación en este blog
Enlace original: http://www.jotdown.es/2014/08/amaya-una-capital-en-la-nada/

viernes, 27 de noviembre de 2015

Otro atentado a la historia cántabra


Recientemente, Francisco Marcos y Ramón Peralta ofrecieron una conferencia en el Centro de Estudios Lebaniegos sobre el papel de Liébana en la Reconquista, protagonismo que sin duda se nos ha arrebatado por la comunidad vecina que, inteligentemente, ha sabido monopolizar un hecho histórico cuyos inicios se centraron exclusivamente en tierras lebaniegas ya que Asturias era, entonces, tierra conquistada por los invasores. Por ello, quiero dejar algunas reflexiones sobre esa “asturianización” de la Reconquista que ha dejado a Liébana casi sin historia ya que incluso se llega a citar a Beato de Liébana como “monje asturiano”.
Hace ahora cuarenta años apareció en La Nueva España, de Oviedo, firmado por Carlos María de Luis, un artículo con este expresivo título: “Alerta, asturianos, nos quieren robar a Pelayo”, a raíz de la aparición de un libro de Manuel Pereda de la Reguera con el título “Liébana y los Picos de Europa”. Solo han pasado cuatro décadas y fallecido el historiador cántabro que tanto hizo por recuperar la historiografía montañesa y cántabra muy viva en los finales del siglo XIX, Pelayo aparece como más asturiano que la mismísima reina Letizia.
Tenemos que rendirnos a la afirmación de que los únicos argumentos que perduran son los que más se reiteran, tesis de la propaganda totalitaria que consiste en que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. No hay que desmayar en insistir como se nos arrebata poco a poco el legado que recibimos de nuestros antepasados, construido entre adversidades y sufrimientos. El que los responsables se crucen de brazos y miren a otra parte, permite que Fontibre como lugar de nacimiento del río Ebro no aparezca en la página institucional de la Confederación Hidrográfica con sede en Zaragoza, que los libros de texto de Cataluña presenten al Ebro como un río catalán o, que el rey Favila, hijo de Pelayo y nieto del Duque de Cantabria del mismo nombre, fuera despedazado por un oso en el valle ‘asturiano” de Liébana, amén de las alabanzas a ese gran monje -tambien asturiano, por supuesto- Beato de Liébana.
Hace unos meses pasé unos días en Asturias –que con Cantabria ha escrito las páginas más importantes de la Historia de España- y me encuentro con publicidad y diversos escritos sobre el río asturiano del Deva. He preguntado, incluso, a cántabros sobre la identidad de este importante río y ¡sorpresa! la mayoría le considera un río asturiano que desemboca en Unquera, prueba de esa dejación que existe en la cultura y en la divulgación del territorio de Cantabria por parte de las instituciones. Sirva este dato para ser concluyente al respecto: el Deva no es asturiano más que en tres de los sesenta y dos kilómetros de su recorrido. Sin embargo, como ocurre con la patria de Pelayo, y de Beato ¡es asturiano!.
Con frecuencia algunas personas que atesoran excelentes conocimientos se dejan llevar por la inercia o las corrientes dominantes y a veces, inconscientemente, cometen errores que son significativos y que hacen daño. Uno de estos ejemplos se puede comprobar en una réplica -hace ya tres o cuatro años- del alcalde de Peñarrubia a un artículo del escritor José Antonio Pérez Muñoz sobre unas reflexiones en torno a La Hermida que se publicaron en Alerta.
Sobre la polémica en cuestión no puedo obviar una frase del señor alcalde al señalar –inconscientemente, pero ejemplo de esa inercia y de las corrientes dominantes a las que he aludido- que la historia de La Hermida tiene relevancia por ser “territorio clave en los inicios de la Reconquista y expansión de la Monarquía asturiana”. Lo primero es cierto pero lo segundo es inexacto y, es ahí donde se debilita el valor de nuestra historia, porque uno y otro hecho sucedieron en Cantabria y fueron protagonizados por cántabros. La expansión de la Reconquista y del pequeño reino que surge en Liébana es hacia Asturias, no al revés. Liébana era tierra liberada y Asturias estaba conquistada.
Sin duda que la orografía de Peñarrubia-Liébana fue clave. El desfiladero de la Hermida en las técnicas guerreras del siglo VIII garantizaba destruir al ejército más poderoso en una guerra de emboscadas. Son quince o veinte kilómetros en los que entonces solo existía el río Deva y alcanzar al corazón de Liébana no era fácil si el enemigo estaba emboscado en las alturas. Si a ello añadimos los Picos de Europa y la bajada desde San Glorio, Liébana era aquél recinto que Amós de Escalante citó como “alcázar que la Providencia labró a España para asilo de su libertad y de su independencia”, para añadir que ante las rocas de Peñarrubia-Liebana “se detiene la invasión, cesa la conquista, se quebrantan los yugos, toma treguas la muerte”.
Tanto la Reconquista como la Monarquía surgieron en Cantabria y ello, entre otros factores, gracias a ese gran murallón de La Hermida que permitió garantizar la seguridad de guerreros y monjes que se refugiaron en Liébana. De la tierra lebaniega surgió este hito histórico para extenderse hacia Asturias a medida que se ganaban tierras a los árabes. No hay que olvidar que hasta el Sella llegaba el territorio de los cántabros (incluso el asturianista Sánchez Albornoz lo reconoce) y desde esa frontera natural hasta Galicia estaba bajo dominio musulmán, cuya posterior conquista es dirigida y planificada desde Liébana. No puede sorprender que conquistada toda Asturias, León y Galicia la capital del reino que surgió en el recinto lebaniego se trasladara desde Oviedo a la capital leonesa y así sucesivamente a medida que la conquista de tierras avanzaba.
Los historiadores asturianos asumiendo las crónicas de la época, dan cuenta de la llegada de Alfonso I, hijo del Duque Pedro de Cantabria, a la corte de Cangas de Onís, tiempo después de la batalla de Covadonga. Pero el cántabro elegido rey no llega de Gijón donde estaba un jefe militar árabe, sino desde la única tierra independiente que era Liébana donde estaban las propiedades de sus mayores. No hay que desconocer, además, que hasta mediados del siglo XIX los municipios de Rivadeva, Peñamellera Alta y Peñamellera Baja pertenecieron a Cantabria, siendo extirpado este territorio del común cántabro por una decisión caprichosa y autoritaria de un ministro de Estado.
Si hace cuarenta años los asturianos reaccionaban ante la reivindicación de Cantabria sobre la figura de Pelayo, hay que afirmar que en escaso tiempo han sido capaces de monopolizar su figura, aunque Menéndez Pidal señala que lo único que puede afirmarse es que Pelayo no era asturiano. Historiadores montañeses y asturianos polemizaron en el siglo XIX acerca de estas tesis. En todo caso, nadie discute que el Duque de Cantabria y Pelayo, desde Liébana, sumaron sus fuerzas para conquistar las primeras tierras asturianas y salir de Cantabria hacia Cangas, llegar a Pravia y, finalmente, a Oviedo donde Alfonso II el Casto, bisnieto del Duque Pedro de Cantabria, fijó la capital del reino, fundamentos históricos avalados por la Real Academia de la Historia que en un informe de 1916 ratifica que el verdadero tronco de los antiguos monarcas de la Reconquista, fue Pedro, duque de Cantabria… y que la Monarquía surgió en la indómita Cantabria. El cronista oficial de Asturias, Armando Cotarelo, así lo ratifica en sus trabajos sobre Alfonso III el Magno, editado en 1914 y reeditado en 1991.
Creo que estas reflexiones sirven para apuntar donde están nuestros males, precisamente en nuestra propia casa. No se trata de confrontar la historia de dos comunidades vecinas y hermanas, simplemente de defender lo nuestro. Lo malo es que la definitiva “asturianización” de esta parte gloriosa de nuestra historia solo acaba de comenzar con el acontecimiento nupcial de los actuales reyes que la prensa asturiana resaltó apropiándose en este caso del nombre de la Reina Adosinda (hija de Alfonso I y de Ermesinda, nieta por tanto de Pelayo y del Duque Pedro), como ejemplo de la última reina “asturiana”.


LA LIEBANA, PRIMER REINO CRISTIANO

El Centro de Estudios Lebaniegos sirvió de marco, la tarde del pasado jueves, para un encuentro con la historia de la comarca, donde Francisco Marcos, ensayista de historia antigua lebaniega, disertó sobre “La Liébana en la Reconquista” y Ramón Peralta, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense de Madrid, y escritor, habló sobre “Cantabria cuna de la Reconquista”. El acto estuvo organizado por el Grupo Causegadia. El encuentro sobre la historia antigua lebaniega contó con la presencia de 70 personas, entre las que se encontraba Javier Gómez, alcalde de Potes, alcaldes lebaniegos de los municipios de Camaleño, Cillorigo de Liébana y Vega de Liébana, y vecinos de la comarca.
Francisco Marcos, natural de Cosgaya, comenzó su charla lamentando que en los inicios de la Reconquista Liébana no aparezca. "Esto es doloroso, porque sin duda Liébana tuvo una gran relevancia, porque los lebaniegos hicieron suya la lucha contra los invasores árabes. Siempre hemos estado de espaldas a nuestra propia historia. No hay ninguna placa ni monumento en Cantabria que recuerde esta época transcendental, aunque desde hace dos años contamos en Cosgaya con una bella talla de Pelayo, a iniciativa del actual alcalde, Oscar Casares”, explicó. Marcos narró como ha recorrido durante 40 años los Picos de Europa reproduciendo todas las rutas posibles que pudo hacer el ejército árabe en la retirada de Covadonga. "Los árabes entraron a Liébana por Áliva y por Cogollos bajaron a Mogrovejo, con el fin de destruir la resistencia en la comarca, pretendiendo conquistar Causegadia, donde se encontraban las tropas concentradas. Hubo una batalla en la peña de Valdecastro, cerca de Los Llanos, que hizo retroceder a los árabes, batalla a mi juicio sustituta de Covadonga, que las evidencias me dice que no existió. Cuando los árabes se encontraban acampados al lado de La Calvera se produjo el argayo desde la zona de Sebrango que cayó sobre ellos. Han aparecido algunas piezas en la zona de aquella época, pero están todas en manos privadas. Los restos pueden encontrarse a 150 metros de profundidad”.
Marcos indicó La Liébana fue el primer reino cristiano, donde realmente se inició la Reconquista. Después de Guadalete, explicó, y de la pérdida de Amaya, el Duque Pedro con sus hombres, se dirigió a esta comarca, lugar seguro y de difícil acceso, entre los años 712 y 713. "Esta es la verdadera historia, la que a nosotros solo nos pertenece. Por debajo de Los Llanos pusimos los cántabros un monolito en La Matona, que es una agresión, puesto que se da a otros la historia que sin duda es nuestra. Hay que revindicar nuestro rico pasado”, concluyó.
El Ducado de Cantabria fue el único territorio no ocupado de la invasión.
Por su parte, el profesor Ramón Peralta taambién abordó el papel de Cantabria como cuna de la Reconquista. Según su teoría, después de la derrota de los visigodos en Guadalete, los árabes al conquistar los territorios se encontraron con focos de resistencia en la Cordillera Cantábrica. En Amaya hubo un grupo de refugiados. Cuando Tarik la atacó, huyeron al Ducado de Cantabria único no sometido. Pelayo, catalizó una insumisión con espíritu de rebeldía. "Es el primer signo de resistencia conocido. Hay que hacer incapié en la importancia del Ducado de Cantabria, ya que los hijos del Duque Pedro, Alfonso y Fruela, originaron la dinastía cántabro-astur".
Con respecto a lo que debió de ocurrir entre los siglos VIII y IX en los valles de Cantabria, Peralta, destacó que “se formó una verdadera etnia de España, por medio de una fusión autóctona con refugiados hispano-godos que vienen de la Meseta. El Ducado de Cantabria quedó sumido en el reino astur, pero le sucedió el Condado de Castilla, documentado hacia el 850, que se corresponde casi exactamente con el antiguo Ducado. Debemos de recordar que el Ducado de Cantabria fue el único territorio no ocupado en la invasión árabe-musulmana. Asturias si fue sometida, pero Cantabria no lo fue, porque hubo una resistencia de gente que nunca se rindió, y donde tuvo un papel muy destacable Liébana. Es la historia de los hombres libres y fue decisiva para el futuro de España”.
Después de un animado coloquio, cerró el acto Javier Gómez, alcalde de Potes, que agradeció al grupo Causegadia la organización de la jornada, donde, dijo, se ha puesto de manifiesto el "importante papel" que tuvo Liébana en el inicio de la Reconquista. "Pocas veces veo este poder de convocatoria en un acto. Os animo a continuar, y institucionalmente, tanto los alcaldes de Liébana como los responsables del Gobierno de Cantabria, apoyaremos estas charlas que sirven para conocer mejor nuestro pasado”, concluyó.

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